Cuando el deber y el deseo se encuentran
- Patricia Tanus
- 21 nov
- 4 Min. de lectura
La parábola del hijo pródigo es una de las parábolas más conocidas de Jesús. Aparece una sola vez en los Evangelios, en Lucas 15:11-32. Que porqué estoy hablando de esta parábola, bueno, te comparto que en un lapso de 3 días Este versículo apareció más de 5 veces en mi camino y sin buscarlo siquiera, de hecho las publicaciones hacían referencia a otros temas, pero terminaban hablando de este versículo en especial. Así que desde anoche me permití conectar con el trasfondo de esta señal.

La historia nos habla básicamente de un hombre que tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia". El padre se lo dio y el hijo menor salió al mundo y lo despilfarro. El hijo mayor se quedo en casa cuidando y apoyando a su padre, cuando el menor regresa después de haberlo perdido todo, el padre lo recibe con gozo, pero el hermano mayor esta en desacuerdo de que su padre lo reciba con tanta alegría.
Sin duda a cualquiera le daría enojo eso, de hecho lo relaciono a una historia personal, que es algo intima, por lo que omitiré contarla, pero sin duda he sentido ese tipo de enfados ante ciertas situaciones que no me parecen justas o congruentes. Y es aquí donde viene la lección:
Si bien desde cierta escala de valores no nos puede parecer justo que el hijo menor vaya por el mundo despilfarrando su herencia, creo que tampoco es justo que el otro se impida a sí mismo salir al mundo y vivir su vida, aunque se equivoque. Así que siguiendo con las parábolas o refranes, en este caso tanto peca el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata. Tanto hizo "mal" el hijo prodigo que se aventuró a vivir la vida loca, como también el hijo mayor, que eligió quedarse en una zona segura por lo que haya sido...
Y sin duda con todo lo que esta sucediendo en el mundo podríamos decir que estamos divididos: un porcentaje de la población es el hijo prodigo que, o bien ya despilfarro toda su herencia (talentos, habilidades, poder, creatividad, etc.) o esta en proceso de hacerlo, y por otro lado también hay un porcentaje de personas que han elegido quedarse en zonas seguras, aferrados por lealtades ciegas, a patrones, conductas, pactos o creencias que limitan su poder interior. En lo personal, yo soy muy ermitaña, así que si debo etiquetarme en algún grupo de la población, ese sería el hijo mayor que eligió quedarse en casa, en lo seguro, en lo cotidiano, quizá por lealtad a los míos, o por miedosa a vivir aventuras en las que pueda perder o poner en riesgo mi herencia interior. Tú en qué grupo te identificas?
A) aventurero, explorador, arriesgado, dispuesto a vivir la vida loca.
B) tradicionalista, leal, respetuoso de las normas familiares y dispuesto a servir de apoyo en su sistema.
Déjame decirte que ninguno es radicalmente malo o bueno. Simplemente son dos caras de una misma moneda. La cuestión es saber equilibrar ambas caras de tal modo que vivamos la aventura, nos permitamos explorar, equivocarnos y a su vez seamos respetuosos de las normas, de las leyes universales, en especial la ley causa-efecto, y sobre todo que seamos capaces de rectificar en caso de meter la pata como el hijo prodigo.
Como lo dijo el pastor Charles R. Swindoll: "Seamos tan abiertos, flexibles y tolerantes como Dios lo es." De esta forma podremos experimentarnos como lo que somos: seres espirituales viviendo una experiencia humana.
Por supuesto que voy a compartir contigo 5 Tips para equilibrar al hijo pródigo y al hijo mayor que viven en ti... Dando espacio a que ambos puedan experimentar el mundo buscando tu más alto bien:
Honra tu deseo de aventura sin perder raíces
Permítete explorar nuevas experiencias, proyectos o aprendizajes, aunque sean pequeños.
Puedes hacer un pequeño decreto-ritual: prende una vela blanca y decreta “Me abro a la aventura con la guía de mi raíz y del Espíritu Santo.”
Celebra la disciplina como un acto de amor, no de miedo
El hijo mayor nos recuerda la importancia de la constancia y el cuidado.
Transforma la rutina en ritual: cada tarea cotidiana puede ser un acto de presencia y gratitud.
Practica la reconciliación interna
Reconoce que dentro de ti conviven ambas voces: la que quiere arriesgar y la que quiere proteger.
Ejercicio: escribe una carta de diálogo entre tu “hijo pródigo” y tu “hijo mayor”, y luego léela en voz alta como acto de integración.
Equilibra el dar y el recibir
El hijo mayor da servicio y apoyo, el pródigo se abre a recibir perdón y nuevas oportunidades.
Ritual: coloca dos objetos en tu altar, uno que simbolice el dar (ej. una ofrenda) y otro el recibir (ej. una piedra o semilla). Cada día intercámbialos de lugar para recordar el flujo.
Abraza la ley de causa-efecto con compasión y no desde la restricción
Equivocarse es parte del camino, y la rectificación también.
Decreta: “Acepto mis errores como maestros y mis aciertos como frutos de mi constancia.”
La parábola del hijo pródigo nos recuerda que dentro de cada uno habitan dos fuerzas: la valentía de arriesgarse y la fidelidad de permanecer. Ninguna es mejor que la otra; ambas son necesarias para experimentar la plenitud de la vida. El equilibrio surge cuando reconocemos cuál de estos arquetipos predomina en nosotros y aprendemos a integrar sus dones sin caer en extremos. Así, la aventura se convierte en aprendizaje y la disciplina en un acto de amor, permitiéndonos vivir con libertad y responsabilidad a la vez.
Si sientes que uno de estos arquetipos domina tu vida y limita tu capacidad de experimentar armonía, te invito a tomar una sesión de sanación con ángeles. En este espacio podrás identificar con claridad si tu energía se inclina más hacia el hijo mayor o el hijo pródigo, y recibir guía para reconciliarlos dentro de ti. A través de la presencia angélica, abrirás un camino hacia la integración, la paz interior y la soberanía espiritual que surge cuando ambas voces se abrazan en equilibrio. Te espero pronto!!!
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Con cariño
Patricia Tanus



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